Nunca fue arquero superman ni capitán megaídolo y mucho menos, un bocón que gritara sus odios más de la cuenta. Fue, ahora que todos revisan sus 22 años de carrera, un portero hecho en la cantera absolutamente confiable -los periodistas le decíamos “Ibáñez joven”-, competitivo en todos los entrenamientos -ese rubro invisible- y líder de dos vestuarios muy pesados -el 2013 y el 2023, con Galliquios y Ruidíaz, con Corzos y Orejas- que, con sus matices, explican por qué José Carvallo era el último en renovar su contrato pero el primero por el que preguntaban sus entrenadores. Si Carvallo seguía, se podía construir un vestuario. Si Carvallo se iba, la U se quedaba sin medio equipo.
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En el medio, José Aurelio atajó más de 600 partidos, jugó en el extranjero, tapó por la selección y, sin esa extravagancia en el look o los modales, fue a un Mundial, ese rango supremo que distingue a futbolistas de extraterrestres. Hay decenas de miles de jugadores. Mundialistas un puñado. En el Perú, todavía menos. Germán Leguía me dijo una vez y yo, tras breve constatación con sus ex compañeros, le creo: “Yo jugué en España, salí campeón con la U, gané dinero, pero nada me prestigió tanto como ir a una Copa del Mundo. Por eso me hice inolvidable”. Carvallo puede exhibir la vitrina como prueba de su esfuerzo, y el sello de su pasaporte rumbo a Rusia, como premio por su currículo. Ese arquero fue. Ni Miranda, Zubzuck o Balerio pueden decirlo.
Pero como fue más jugador de la U que de selección, y más capitán de los cremas que titular en Videna, es en Universitario dónde tienen hoy una misión: dejarlo procesar este retiro anunciado en un repleto de cariño post en Instagram y recuperarlo para la casa. Para ese entonces, las esquirlas de eso que también dañaba -el “arquero” de Gremco-, también habrán desaparecido. El capitán del Matutazo, o como se le llama en las cantinas el clásico más importante de la historia, tiene ahora la noble labor de sentarse a pensar como preparar al futuro arquero crema que -vaya misión- sea mejor que él.

Mientras tanto, este tiempo de aplauso es todo suyo. Se lo ganó, quizá desde aquel día del 2004 en qué puso la cara para defender el arco de la U y le fracturaron el rostro, quizá en el instante en que, en plena celebración por el título 2023, Corzo le cedió el honor de levantar la Copa como un homenaje al capitán sin cinta que se despidió llorando en el vestuario. Y con la misma seguridad con que pintó la bandera Dios es Fiel con Zapatito antes de ir a Matute o gritó esa arenga que ahora se usa en todas las pichangas -”Nosotros solo pensamos en fútbol”-, hoy José Carvallo inicia el largo proceso de convertirse en un ex. Un ex que se fue en el momento justo, pero que no hubiésemos querido que se haya ido nunca.
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