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Este martes, El Zócalo, la principal plaza de Ciudad de México, se llenaba de un coro que jamás se había producido: “¡Presidenta, presidenta!”. 400.000 mexicanos y mexicanas veían y escuchaban a la primera mujer en la presidencia de ese país, Claudia Sheinbaum. “Mírala, y nosotras que éramos unas amas de casa sin derecho a estudiar”, dijeron ellas, las mexicanas. Y eso que dijeron ellas es el reflejo de lo que históricamente ha sucedido en la política mundial como en tantos y tantos espacios: las mujeres no acceden al poder. ¿Cuántas personas hay en el mundo? Más de 8.200 millones. ¿Cuántas son mujeres? Casi el 50%, superan los 4.000 millones. ¿Cuántos países existen? 195 reconocidos por la ONU. ¿Cuántos han tenido alguna vez una mujer al frente? 80, según esa organización. ¿Y cuántos tienen una ahora? 29, contando a Sheinbaum. “Al ritmo actual, la igualdad de género en las más altas esferas de decisión no se logrará hasta dentro de otros 130 años”, publicaba este 1 de octubre la misma ONU.

Hasta prácticamente el siglo XX las mujeres no tuvieron derecho al voto, ni a la tribuna pública, ni a expresar sus opiniones ni sus demandas políticas. Nueva Zelanda fue el primer país donde pudieron ir a las urnas: en 1893. A partir de ahí, el sufragio universal fue extendiéndose: Finlandia en 1906, Noruega en 1913, Dinamarca dos años después, la entonces Unión Soviética en 1917… En España ocurrió en 1931, aunque apenas fue un vistazo antes de la Guerra Civil y una dictadura de cuatro décadas. En Estados Unidos llegó en 1920, pero eso sí, solo para las blancas, las mujeres negras no pudieron hacerlo hasta 1967. Zimbabue y Kenia fueron los primeros países africanos con voto femenino, en 1919; y en Latinoamérica lo fue Uruguay: 1927.

A la vez que se abría el voto, se abrió también el acceso de las mujeres a ocupar asientos, escaños, a tener voz en parlamentos y congresos. Y aún así, ahora, más de un siglo después, aún hay territorios donde no pueden hacerlo —como en Ciudad del Vaticano—, o pueden hacerlo de forma limitada —como en Arabia Saudí, donde las mujeres pudieron votar por primera vez en 2015—. Los espacios ocupados por mujeres han ido creciendo, pero no de manera homogénea y con una ralentización en los últimos años de la que advirtió la Unión Interparlamentaria en uno de sus informes hace ya tres años.

Según el análisis provisional de mitad de año de ese organismo, “en los primeros ocho meses de 2024 se han visto avances limitados en la representación de las mujeres en los parlamentos de todo el mundo”. La UIP esperaba que con alrededor de la mitad de la población mundial yendo a votar este 2024, la representación de las mujeres aumentara. Sin embargo, publicaron a finales de septiembre, “con las renovaciones parlamentarias en 37 cámaras en 30 países a finales de agosto, la proporción global de mujeres parlamentarias ha aumentado hasta el 27%, un aumento de apenas 0,1 puntos porcentuales desde principios de año”, cuando el crecimiento promedio anual en la última década fue de 0,6 puntos. Esa tasa ya sufrió una desaceleración en 2022 y 2023, bajando a 0,4, algo que genera “preocupación” en la UIP, por “un posible estancamiento o incluso una reversión de los avances logrados”.

Según datos de la UIP de principios de año, las mujeres ocupan el 36% de los escaños parlamentarios en América Latina y el Caribe; el 33% de los de Europa y América del Norte; el 27% en los del África subsahariana; el 23% en los de Asia oriental y sudoriental; en Oceanía un 20%; en Asia central y meridional, un 19%; y África septentrional y Asia occidental tienen un 18% de parlamentarias. Ellas siguen siendo una minoría en la mayoría de cámaras del mundo y cuando una mujer es elegida presidenta, sigue siendo una noticia, como ha ocurrido ahora en México.

¿Cuántas mujeres en el poder ha tenido Latinoamérica?

Antes de Sheinbaum, Latinoamérica solo ha habido siete líderes electas. Violeta Barrios de Chamorro, en Nicaragua, de 1990 a 1997; Mireya Moscoso; en Panamá, de 1999 a 2004; Michelle Bachelet, en Chile, de 2006 a 2010 y entre 2014 y 2018; Cristina Fernández de Kirchner, entre 2007 y 2012 y después hasta 2015; también Laura Chinchilla fue presidenta costarricense de 2010 a 2014; Dilma Rousseff, en Brasil, de 2011 a 2014 y de 2015 a 2016; y Xiomara Castro, en Honduras, donde gobierna desde 2022.

Aunque también las ha habido no electas, es decir, interinas o que accedieron al cargo por la destitución o la renuncia de los presidentes. Las mismas que elegidas en las urnas: siete. Isabel Perón, en Argentina, del 74 al 76; Rosalía Arteaga fue la primera presidenta de Ecuador en el 97 durante exactamente dos días; Dina Boluarte es actualmente presidenta de Perú después de la destitución de Pedro Castillo; la boliviana Jeanine Añez lo fue después de que Evo Morales renunciara —condenada después por la justicia por considerar que su autoproclamación fue contraria a la Constitución —, y también en ese país gobernó Lidia Gueiler Tejada entre 1979 y 1980, interina elegida por el Congreso tras el golpe de Estado de Alberto Natusch. Y en El Salvador, Nayib Bukele designó a Claudia Juana Rodríguez de Guevara para que desempeñara el cargo entre el 1 de diciembre de 2023 y el 1 de junio de 2024 para poder presentarse a la reelección.

A diferencia de México, hay una amplia mayoría de países que jamás han tenido presidenta, ni jefa de Estado, ni primera ministra. España entre ellos. Tampoco Estados Unidos, aunque ahí, en pocas semanas y por segunda vez en su historia la posibilidad estará abierta: Kamala Harris disputará la presidencia a Donald Trump como lo hizo en 2016 Hillary Clinton.

Hace un par de meses, Nuria Varela —directora de gabinete del primer Ministerio de Igualdad español, el de Bibiana Aído, y hasta el pasado año directora general de Igualdad de Asturias— explicaba en una entrevista en este diario cómo el poder no es y nunca fue una estructura hecha para las mujeres, ni por supuesto por ellas. Por eso afirmaba que ha de haber un “cambio de estrategia” para acceder a él. “No podemos acercarnos de una en una, porque las estructuras de poder no están hechas para nosotras, somos ajenas a ellas, y de una en una no las podemos cambiar. No vamos a desmontar la casa del amo con las herramientas del amo, decía Audre Lorde. Antes la cosa era prohibir nuestra llegada. Luego, dejar la puerta abierta para que entremos, y salgamos inmediatamente”, dijo en aquella entrevista. También que está convencida de que “una sola mujer, no puede cambiar nada”, aunque sea presidenta de un Gobierno, de ahí que en política, las mujeres tengan que entrar por lo que ella llama el error en el sistema: “Equipos, redes de mujeres, apoyarnos, caminar juntas”.



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