En 1995, tras 70 años de ausencia, el Parque Nacional Yellowstone (EE.UU.) reintrodujo 31 lobos grises con un impacto sorprendente: la restauración del ecosistema. Este depredador, clave en la regulación de la fauna, provocó un cambio significativo en el parque, afectado por décadas de desequilibrio.
La desaparición de los lobos en 1926, fruto de políticas de erradicación, generó un crecimiento descontrolado de ciervos canadienses que dañó los bosques ribereños del río Yellowstone. Esto derivó en una erosión del suelo y la transformación del cauce fluvial, con consecuencias negativas para la biodiversidad.
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Sin embargo, la reintroducción de los lobos trajo consigo un control natural de la población de ciervos. Con la depredación en marcha, los herbívoros dejaron de sobreexplotar los recursos del parque, permitiendo que los ecosistemas comenzaran a autorregularse.
Este proceso favoreció la regeneración de los bosques y la estabilización de las orillas del río, lo que restauró su cauce natural. Como resultado, la biodiversidad del parque aumentó notablemente, demostrando la interdependencia de las especies en un entorno equilibrado.
El caso de Yellowstone destaca la importancia de los depredadores en la naturaleza, recordándonos la necesidad de pensar cuidadosamente antes de intervenir en los ecosistemas.