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El regreso del presidente brasileño Lula de su viaje a México, donde asistió a la toma de posesión de la nueva presidenta, Claudia Sheinbaum, ha sido doblemente agitado. Primero por su percance aéreo, que le hizo retrasar su vuelta, y después porque a su llegada le esperaban los resultados inesperados del sondeo de la agencia Quaest, que contra todos los pronósticos revela que los pobres son quienes peor califican su Gobierno.

A pesar de que los datos sobre la economía de este tercer mandato de Lula, no pueden parecer más favorables en las agencias internacionales, y a pesar del esfuerzo del Gobierno en centrar su atención en la mejora de la vida de los más pobres, la encuesta revela que han aumentado en 13 puntos lo que igualan su gestión a la de su antecesor, el derechista Jair Bolsonaro.

Su mayor índice de rechazo aparece también inexplicablemente entre los católicos, que fueron siempre los mejores aliados de la izquierda, mientras que el 61% de los encuestados considera que ha empeorado su poder de adquisición. En total, la aprobación del Gobierno ha bajado entre un 4% y un 7% entre los más desposeídos. Y ha aumentado en 7 puntos la esperanza de una mejora en la economía, lo que supone una sorpresa ante los datos indiscutibles sobre la ruta positiva de la economía brasileña en general.

Quizá para analizar el resultado sorpresivo del nuevo sondeo nacional, que disminuye la confianza sobre todo de los más pobres en el Gobierno de Lula, habría que entender que hoy en todo el país lo que más preocupa —incluso más que la economía— son otros temas que el Gobierno aún no ha enfrentado con el rigor esperado. Se trata, por ejemplo, del enorme aumento de la violencia y de la inseguridad, que afecta a todas las clases sociales, así como el de la corrupción política y el de los privilegios para los más ricos.

Para el 61% de los entrevistados por Quaest, el poder de adquisición de los ciudadanos es menor que el del año pasado, debido a la fuerte inflación de los alimentos que ha golpeado duramente a las clases más pobres y hasta a las clases medias.

El Gobierno de Lula, a pesar de su frenética política exterior y su gran proyección mundial, necesita entender mejor, sobre todo su partido, el Partido de los Trabajadores (PT), que Brasil, como el mundo, ha cambiado en sus aspectos políticos. La izquierda parece haberse quedado anclada en los métodos pasados de tratar con el llamado proletariado, incapaz de abrazar la nueva era digital que ha revolucionado a la política y cambiado los paradigmas.

Una demostración podrán darla los resultados de la importante votación del domingo en las alcaldías del país, donde según los sondeos el partido de Lula podría quedarse sin ganar uno solo de los gobiernos regionales, incluso en los que el PT ya fue un día mayoría, como en los del noreste pobre, de donde salió Lula.

La desconfianza de esa pérdida de poder local, fundamental para las presidenciales del 2026, ha hecho que Lula se haya prácticamente desinteresado en hacer una campaña personal a fondo para asegurar los votos de su partido en las capitales claves del país donde se gestiona el poder económico y político, como São Paulo, Río de Janeiro y Minas Gerais.

El resultado inesperado del sondeo de Quaest ha despertado la alerta del Gobierno y ahora Lula se verá obligado a dedicar más tiempo a los problemas internos de su gobierno que a intentar, aunque con todos sus buenos deseos, resolver los problemas mundiales, empezando por el aumento de las guerras que enseñan sus garras cada día con menor pudor.

El problema de Brasil en este momento es que, mientras tanto, la izquierda clásica del pasado, centrada en el Partido de los Trabajadores —que llegó a ser la mayor fuerza progresista de América Latina—, ha acabado aburguesándose y ha sido incapaz de formar una nueva generación de jóvenes que tomen la alternativa del partido.

Aunque pueda parecer difícil de entender, hoy la nueva generación de jóvenes se siente más inclinada, arrastrada, por las sirenas de las redes sociales, en la búsqueda de un enriquecimiento fácil. Quieren ser ricos también ellos. De ahí que les sea más difícil conectar con los viejos ideales de la izquierda y de sus luchas a favor de los marginados y se sientan atraídos por los falsos profetas que les ofrecen el cielo a la altura de un toque en las redes.



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