Tim Walz y J. D. Vance se convirtieron este martes en primera línea de defensa de las candidaturas demócrata y republicana a la presidencia de EE UU, en el único debate entre ambos y, previsiblemente, la última ocasión para las campañas de exponer sus programas —o derribar los del contrario— a una audiencia nacional. El experimentado Walz, gobernador de Minnesota, y el bisoño Vance se presentaban al país y el transcurso del cara a cara cambió las tornas: el joven senador por Ohio resultó más convincente que el veterano gobernador demócrata, aunque sin poder establecer con claridad quién fue el ganador, y quién el perdedor, de la cita. Entre ambos reinó algo parecido a la cortesía, que hizo fluir el debate pese al rígido formato de preguntas y respuestas pautadas.
Fue un debate respetuoso, con un Vance solvente ante las cámaras y un Walz tan campechano que en ocasiones rayó en la simpleza, aunque fue soltándose a medida que avanzaban los 90 minutos de la cita. Parecía que, en comparación con los debates presidenciales precedentes —los de Trump frente a Joe Biden, en junio, y Kamala Harris, el mes pasado— incluso hicieron política de una manera civilizada, con sus incongruencias y sus contradicciones y un intento de verificación instantáneo en algunos puntos. Al final Vance y Walz se dieron la mano cordialmente después de dirigirse frecuentes guiños de complicidad, al menos sobre el papel: “Estoy de acuerdo con Tim” o “Estoy de acuerdo con el gobernador” sonaron a menudo. La cortesía no empañó sin embargo las profundas diferencias de programas, especialmente notables en inmigración, economía y el estado de la democracia, sobre el que se enzarzaron defendiendo una versión muy distinta, en las antípodas, de lo sucedido en enero de 2021 cuando Donald Trump intentó impedir la certificación de la victoria de Joe Biden.
Trump fue el nombre propio más citado junto con el de Harris. Acantonados en la defensa de sus jefes de fila, con la rigidez de peones inmutables, Vance y Walz se salieron muchas veces por la tangente en sus respuestas para no comprometer el crédito de los aspirantes a la presidencia. Pasó por ejemplo en la pregunta sobre el aborto o en lo relativo a política exterior: la escalada bélica en Oriente Próximo fue la primera cuestión, en la que presentaron a Trump como garante de la estabilidad mundial (Vance) y como un peligro para el mundo (Walz), pero eludiendo ambos contestar si apoyarían un ataque preventivo de Israel a Irán. “Hay que apoyar a nuestros aliados cuando luchan con los malos”, se limitó a decir Vance, que subrayó que Trump “dio estabilidad al mundo” durante su presidencia. Walz fue mucho más oblicuo en su respuesta.
El aborto, la inmigración y la economía fueron los temas en los que se vieron las mayores discrepancias; también los usados a modo de estribillo, sobre todo por Vance, viniera o no a cuento, mientras hablaban de otros asuntos (“la inflación de Harris” o “las fronteras abiertas de Harris” fueron los latiguillos del republicano). Tras pasar casi de puntillas sobre el cambio climático, un fenómeno que para el republicano se subsanaría produciendo en EE UU más energía “y no comprando paneles solares en China”, los candidatos fueron preguntados por los planes de deportación masiva que defienden los republicanos. Vance denunció la existencia de 25 millones de irregulares “que quitan el trabajo y la vivienda a los estadounidenses” y se puso de perfil al ser interrogado sobre si apoyaría la separación de padres e hijos en la frontera (“ya tenemos separación en la frontera, porque los carteles mexicanos usan a los niños como mulas”, apuntó sin dar explicaciones). “Antes tenemos que parar la hemorragia, porque la culpa es de Harris por abrir las fronteras y por ahí entra mucho fentanilo al país, en récords nunca vistos”. Lo primero, dijo, era construir un muro y deportar a esos 25 millones de irregulares, “un millón de ellos criminales”, para que “los ilegales no quiten los salarios a nuestros ciudadanos”, abundando en los bulos y las exageraciones manifestados por Trump sobre el particular.
Walz mostró cierta cintura en la réplica, acusando a Trump de torpedear un proyecto legislativo para reforzar la seguridad en la frontera, “con 15.000 nuevos agentes fronterizos”, porque, dijo, si la ley salía adelante, el republicano se quedaba sin un importante tema de campaña, el de la inmigración.
Acusó a su rival de “deshumanizar y vilificar” a seres humanos, como los haitianos con estatus legal de refugiados de Springfield (Ohio) —protagonistas involuntarios de uno de los mayores bulos sobre inmigración de los republicanos— y se enzarzó con Vance en un intento de verificación de argumentos que las moderadoras del debate frustraron. De nuevo, el republicano sin experiencia demostró más soltura en las distancias cortas —y ante las cámaras— que su antagonista, que fue ganando espacio progresivamente. Con los micrófonos cerrados tras consumir los dos minutos de respuesta, intentaron incluso reformular la pregunta de la presentadora.
La economía, una de las principales preocupaciones de los votantes, volvió a situarlos en las antípodas pese al tono amable de la discusión, en especial lo relacionado con la inflación. Walz defendió a la Administración actual poniendo de relieve medidas sociales: afirmando cómo ha limitado el precio de la insulina u otorgado créditos a las familias. “Hemos hecho lo correcto para las familias”, afirma. “Cuando hacemos esto, el sistema funciona y más gente participa de él y logran lo que necesitan”. Vance replicó que Harris debería haber tomado las medidas necesarias como vicepresidenta, no como candidata, para evitar la subida del precio de los alimentos y de las viviendas en un 25% y un 60%, respectivamente. La economía nunca marchó tan bien como bajo la presidencia de Trump, dijo su número dos, “con una inflación del 1,5%”. En su turno de réplica, Walz recordó como la reforma fiscal del republicano “benefició a los ricos”. “Cómo va a ser justo que todos paguemos impuestos y que Donald Trump no los haya pagado en 15 años”, apostilló.
Referencias a sus orígenes
Ambos sacaron a relucir sus orígenes, Vance sobre todo, explayándose sobre la humidad de su familia, con dificultades para llegar a fin de mes “o encender la calefacción en una fría noche de invierno”, una imagen que retomó en el cierre de su intervención. Walz defendió a la clase media de la que procede, “y eso es hablar de la vivienda, del plan de tres millones de nuevas viviendas que propone Harris, porque una casa no es un activo para especular, es mucho más que eso. La economía funciona mejor cuando funciona para todos nosotros”. Citó con frecuencia ejemplos de éxito de Minnesota, una querencia que pudo alejarle del espectador de una audiencia nacional.
En el aborto, Walz se empleó más a fondo, con resultados desiguales. La moderadora le preguntó si apoya el aborto hasta el noveno mes, porque la ley de Minnesota es de las menos restrictivas del país, pero el demócrata eludió contestar, explicando en cambio el caso de una mujer de Georgia que perdió la vida mientras se trasladaba a otro Estado para abortar al prohibírselo el suyo. “Georgia, uno de los Estados restrictivos… si hubiera vivido en Minnesota, habría sobrevivido”, ha añadido.
Como le sucedió a Harris en su debate con Trump, quedó claro que el aborto es una carta ganadora para los demócratas, habida cuenta de que Vance dijo en 2022 que deseaba que las interrupciones del embarazo fueran ilegales en todo el país. Pero al igual que hizo con la inmigración, modulando su postura, el senador optó, como hace Trump, por defender el argumento de que lo mejor es dejar a los Estados que regulen como quieran sobre la libertad reproductiva de las mujeres, dado que Estados Unidos es un país muy grande “y muy diverso”, y también “lioso”. En este asunto también protagonizaron un conato de rifirrafe que no pasó a mayores.
Lo mismo sucedió al abordar el control de armas, aunque las claras diferencias entre ambos se dirimieron sin demasiada acritud. También en la defensa de los programas de cobertura de salud públicos, una discusión en la que Walz recriminó a los republicanos querer dejar fuera del sistema “a los viejos y a los enfermos de cáncer, a aquellos con antecedentes y problemas médicos previos”, a lo que Vance respondió afirmando que si el Obamacare, la cobertura médica para rentas bajas, se mantiene es gracias al empeño de Trump durante su presidencia. Ambos candidatos mostraron cierto acuerdo en lo relativo a la pertinencia de las bajas pagadas por paternidad, para impedir que uno de los progenitores deba elegir entre la crianza y el trabajo, aunque Vance se declaró ante todo “profamilia”, sin más adjetivos.
El último punto de fricción fue el estado de la democracia y, en concreto, si sucesos como el asalto al Capitolio por una horda de trumpistas amenazan el sistema de gobierno y sus instituciones J. D. Vance trató de pasar la página del 6 de enero de 2021 y de la negativa de Trump a reconocer la derrota de 2020 frente a Joe Biden. Walz ofreció el que pudo ser su momento más convincente de la noche, al atacar a Trump por intentar torpedear el relevo en paz del poder. Para Vance, la verdadera amenaza a la democracia no son actos como el asalto, dijo, “sino la censura a la libertad de expresión”. “Hillary Clinton también se quejó de que Trump había robado las elecciones con la interferencia rusa en las redes sociales [en 2016]”, arguyó. “El 6 de enero no fue un post de Facebook”, le respondió tajantemente Walz, mucho más seguro que en los 90 minutos previos del debate, dejando claro que su actuación de 2020 le inhabilita para ser presidente. Vance insistió en que no hay amenaza a la democracia, sino un problema de censura. Walz se resarció por tanto en el último punto del debate, puede que un poco tarde, cuando Vance acumulaba ventaja, pero el apretón de manos con que pusieron fin a sus intervenciones hizo pensar que se había hablado de política y que, por una noche, se pudo soñar también con la posibilidad de hacer política.